Resulta absurdo en pleno siglo XXI hablar de
problemas que tienen origen en la irresponsabilidad y la inmadurez de la
sociedad, como hechos resultantes de un proceso, justificando con ello su
existencia.
Actualmente cualquiera se considera capaz de juzgar como repudiables
las atrocidades cometidas en Medio Oriente, pensar que es intolerable la
humillación que reciben las mujeres de otras culturas y el maltrato en
situaciones como la infidelidad o la desobediencia a las normas. Se cree que la
mentalidad occidental es más abierta, que no se cometen aberraciones ante los
derechos humanos y que, como las damas caminan libremente por la calle, sin un
trapo que cubra sus rostros son respetadas.
La violencia de género es un mecanismo que se ha empleado para
subordinar a la mujer a una situación inferior a la del hombre (originada a
raíz de la tradición patriarcal que la aparta de sus derechos como persona) en
la que se marca la desigualdad entre la postura de ambos, donde existe
discriminación con el fin de ejercer dominación desde el sexo masculino hacia
el femenino, y puede percibirse en múltiples planos de la vida cotidiana.
Una supuesta justificación moral del modelo patriarcal se halla
implícita en la mayoría de las religiones, que manifiestan que la esposa se
debe a su marido, ejerciendo una gran influencia durante muchísimo tiempo; la
exclusión de las mujeres de la vida cultural, política, económica y artística a
lo largo de la historia responde a características misóginas por parte de la
sociedad que ponen de manifiesto un grado de discriminación que a su vez se
traduce en violencia.
La Organización de las Naciones Unidas concibe la violencia de género
como un grave atentado a los derechos humanos y la define como: “todo acto
basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como
resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así
como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la
libertad, tanto en la vida pública como en la privada”.
La emancipación femenina es una cuestión reciente hablando en tiempo
histórico, el divorcio en igualdad de condiciones y el derecho a votar son los
primeros vestigios de ello. La abnegación, el sacrificio y la sumisión fueron
dejando de ser los rasgos distintivos pero a pesar de todo, los principios
relativos a la igualdad, seguridad, libertad, dignidad e integridad de las
mujeres son asuntos que solo se respetan en el plano teórico.
Hace menos de cincuenta años desde que las primeras organizaciones
feministas plantearon la violencia contra la mujer como un problema social y no
como una hecho particular, posibilitando el abordaje del tema desde una
perspectiva más realista; esto impulsó ciertos acontecimientos que generaron
una serie de medidas legislativas y modificaciones en los códigos penales que
han tenido lugar desde entonces en diferentes países.
En este sentido resultaría mucho más útil evitar la violencia contra
las féminas, echando abajo las bases sobre las que esta se asienta, promoviendo
la igualdad y ejerciendo mayor influencia en los sectores vulnerables en lugar
de esperar un acto de agresión para aplicar entonces las normas establecidas,
sin que esto deje de ser pertinente, claro está; siempre va a ser una mejor
solución la prevención de dichos hechos que la sanción posterior de los
mismos.
Mujeres de Negro es un movimiento pacifista, que data de 1988, tiene
carácter internacional y rechaza cualquier tipo de violencia, su línea de
actuación implica la denuncia continua de la intimidación ejercida por los
distintos espacios de poder (gobierno, estado, cultura, familia, religión)
hacia personas o grupos que se encuentran en situación de “no poder”. Está
presente en países de todo el mundo pero cada grupo mantiene una identidad y un
camino propio.
En nuestro país las manifestaciones de este colectivo se llevan a cabo
en espacios públicos y con una imagen en común, el color negro, en señal de
duelo por la víctimas, y en silencio, por la falta de palabras que describan
los horrores sufridos por las mujeres en el mundo, y en denuncia por la
ausencia voces femeninas en la historia; además un lazo blanco simbolizando la
paz y el lema: “Ni una muerte indiferente”.
Si se analizan los datos obtenidos en el 2011 sobre los asuntos de
violencia relativos a las mujeres en el marco del hogar o la pareja, en los
casos de las denuncias la cifra rondó las 16000, mientras que en materia de
muertes, en el 90% de los casos el homicida fue la pareja o ex pareja. Por ello
los miembros del colectivo apuntan a la prevención y la promoción de medidas
que amparen la situación de las mujeres.
La concientización acerca de la seriedad y la magnitud del problema
hace que día a día haya menos temor a hablar del tema y a que quienes se ven
afectadas reaccionen, esto se ve reflejado en la respuesta de la sociedad ante
estas cuestiones, en el incremento de las denuncias y la dimensión y alcance
que tienen las movilizaciones que pretenden sensibilizar con el objetivo de
terminar con el padecimiento de miles de mujeres.
Sin embargo, todas estas medidas no bastan, ya que se siguen
registrando casos brutales de violencia y discriminación. Para obtener más y
mejores resultados se debería partir del planteo individual de los valores,
formar estructuras individuales solidas sobre las que sea posible construir los
cimientos de una sociedad madura, equitativa y tolerante, capaz de percibir los
errores propios antes que los ajenos y dispuesta a solucionar sus problemas
antes de juzgar los de los otros.
Nataly Medina
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